domingo, 19 de noviembre de 2006

PÁGINAS DE POESÍA (DIARIO DE CÁDIZ)

rg=2GM/C2. JUANA CASTRO Y LOS CUERPOS OSCUROS

En 1793, Pierre-Simon Laplace publica una versión compactada de su Mecánica celeste, en el que explicaba las consecuencias de la gravitación universal para el Sistema Solar y su formación a partir de una nube de polvo y gas.
Dentro de este libro hace especial hincapié en aquellas estrellas que habían aparecido súbitamente, habían brillado sobremanera durante unos días y, después, habían desaparecido: “(...) existen pues, en los espacios celestes, cuerpos oscuros tan considerables y quizás en cantidades tan grandes, como las estrellas”. Éstas que se vuelven invisibles son las que ahora llamamos supernovas (estrellas que, después de estallar, arrojan parte de su masa al espacio interestelar y su núcleo, que permanece en el lugar de la explosión, se vuelve un cuerpo oscuro, un cuerpo que no deja escapar luz).
Laplace, en siguientes ediciones, eliminó toda referencia a estos y fueron olvidados hasta que Einstein formula su teoría de la gravitación.
Todos sabemos que de la astrofísica a la poesía no hay más que una delgadísima línea, por eso Juana Castro (Villanueva de Córdoba) toma la idea y la nomenclatura de Los cuerpos oscuros (Hiperión, 2005), para su magnífico poemario ganador del XXI Premio Jaén de Poesía.
Juana Castro colabora en diversos medios literarios como articulista y crítica literaria, además de co-traductora de poesía italiana. Ha obtenido importantes premios como Premio Juan Alcaide en 1985 por Paranoia en otoño, Premio Juan Ramón Jiménez por Arte de cetrería en 1989, XI Premio Carmen conde por No temerás en 1994 y el Premio San Juan de la Cruz por El extranjero en el año 2000. El resto de su obra está contenida en «Cóncava mujer», «Del dolor y las alas», «Narcisia», «Alta traición», «Alada mía» y «Del color de los ríos».
Se establece, en Los cuerpos oscuros, un paralelismo metafórico entre los cuerpos oscuros de Laplace y las personas vilipendiadas por el Alzheimer. Personas que acaban proyectando la oscura crueldad de la desmemoria: “Pero acaba el viaje./ Y hay que ir hacia atrás/ des-aprendiendo nombres,/ des-conociendo pájaros y trenes,/ des-memoriando calles,/ rubores y palabras.”
Declara Juana Castro en una entrevista: “los cuerpos oscuros son, en el universo, el precedente de los agujeros negros. Las estrellas explotan, pierden gran parte de su corteza, y se quedan flotando en el universo con solamente su núcleo, por supuesto sin luz. Parece una imagen de lo que sucede en el cerebro con las personas que padecen este mal: pierden parte de su corteza cerebral”.
Dice García Montero que para ser poeta hay que aprender a mirar, que es, justamente, lo que hace Castro. De una historia real, la de sus padres, crea un universo poético que nos envuelve en la tortura que es la pérdida de identidad propia y la ajena. Y lo consigue situándose en todas las personas: la que sufre la enfermedad y la que ejerce de testigo de cargo. Tal vez, esa sea la razón de que el libro se nos antoje tan lleno de verdad.
Con el agua como trasfondo y excusa para unos recuerdos que embiten la rutina acompasada de una existencia perfectamente delimitada: “...Yo les doy/ de beber, les unto/ de pomada y de aceite/ la piel roja del coxis/ y a las doce los pongo en el balcón.” En realidad, el agua aparece como expresión de muerte (“(del agua de los ríos que van a dar al mar)”), de purificación (“Que el hilo azul del sauce/ se destrence en el agua”), como nostalgia (“Y es tan tarde y nos llueve.”)... La humedad licuada como elemento inasible, como la memoria y su contrario.
El libro se divide en cuatro partes, con una estructura exquisitamente matemática y nada aleatoria, que sigue una secuencia poemática de: 1-20-20-1 (apunte filológico que en nada les ayudará a sacar lo mejor del libro). A lo largo de esta estructura de espejo desteje la poeta cordobesa una vida que se levanta como un fantasma ante los ojos aterrados de quien observa los resquicios del silencio pretérito: “Para todo lo que/ no pudiste decir y ya no existe./ Para ti, madre mía, desarbolada y ciega.”
El no ser, como lo llama Julia Uceda, se desviste del presente y se entrega sin más remedio, porque la luz no es más que un atisbo de los latidos que alguna vez fueron: “Si otra vez soy un niño,/ y en este laberinto de manzanas/ ando solo y me pierdo.”
Con la palabra exacta y el verbo mutado en luz que ya no va marcando un camino cierto, se acerca Juana Castro a un espejo que remite a un submundo lleno de abismos: “Soy el pozo. La bruma/ que no sabe,/ que no sabe el camino, muy adentro,/ allí, donde a veces, quizá/ llegan perlas y voces.”
Es en estos lances cuando la conciencia se hace presente y la poeta se resiente ante la persona que se desdobla en el recuerdo de la mujer (el poemario gira en torno a una segunda persona femenina, quizá la madre de Juana Castro que también sufrió esa enfermedad, aunque no es éste, desde luego, un anecdotario) que respiró y anduvo; y la que pierde sus pasos y sus sonrisas por una rendija del descrédito. Como siamesas condenadas a coexistir: “Pero es un cuerpo lleno/ que me arrastra a la música,/ que se asusta y esconde/ sus migajas, carne, copia/ que acusan mi conciencia/ (..)Porque ella es mi hermana, pero me pesa tanto.”
Un libro que nos muestra el dolor sin tapujos, pero que queda muy lejos de la sensiblería hueca y del patetismo vano, con un pulso poético firme y contundente que se aleja de lo autobiográfico como referencia histórica, sin base firme para un hilo conductor que se nos antoja claro y preciso.
Un poemario, en definitiva escrito desde la verdad poética, del noble arte de trascender y emocionar (“y le puse agua fresca/ al corazón de todos los relojes”) para susurrarnos desde el primer verso que “ya nada es lo que era”.


EMILY BRONTË. EL PRODIGIO DE LO OCULTO

De Emily Brontë todos conocemos Cumbres Borrascosas, pero sus poemas se nos quedan en la penumbra de una literatura cada día más contagiada por la prisa, la mediocridad y el estrés que nos contaminan.
Emily Brontë nació en el seno de una familia de origen irlandés, cuyo padre era de carácter en extremo estricto y agresivo con contención, según dicen los historiadores. La madre murió a edad temprana (1824) de cáncer. Fue tras este trágico suceso, y después de haber llevado a su cuñada solterona, que también fue dura con los niños hasta la crueldad, cuando las hermanas Brontë (María, Elizabeth, Charlotte, Emily y Anne) fueron enviadas al colegio Clergy Daughters, donde enfermaron de tuberculosis. En 1825, un año después de la muerte de la progenitora, María y Elizabeth morirían a causa de esta enfermedad.
El colegio se encontraba en Cowan Bridge, un pueblo en el que las hermanas se aburrían en extremo. Pero, si alguna vez el aburrimiento pudo tener un aspecto positivo fue en este caso, y, fruto de aquél, se crearon los reinos de Anglia, de la mano de Charlotte y Branwell, y Gondal, cuyas teogonías se debieron a Emily y Anne.
Lo cierto es que Emily Brontë no tuvo el menor reconocimiento mientras estaba viva. Además, de su vida poco o nada se sabe. Era de naturaleza tan reservada que, incluso, ocultó sus versos. Tan sólo dos datos unen a todos aquellos que han querido trazar un recorrido biográfico de la escritora inglesa:
1.- Nació en Thornton, Yorkshire, en 1818.
2.- Murió en Haworth, también Yorkshire, en 1848.
El padre de la saga Brontë, Patrick, ingresó en el clero anglicano, habiendo pasado antes por Cambridge. Su carácter marcó a sus hijos hasta llegarlos a hacer tremendamente desdichados y, llevar a la muerte a sus hijas mayores, dejándolas en aquel colegio que carecía de lo básico para ser un lugar, al menos, salubre.
Sería Tabby, una sirvienta, contratada para los quehaceres menos amables de la casa, la que se acercaría de forma diferente a los hijos de Patrick Brontë. Ella les cuenta historias de aparecidos, de trasgos rabiosos, de duendes, de viejas que vuelven desde el infierno una vez por semana para reclamar la ayuda tardía de un hijo que nada hizo para impedir que a su madre la engullese la ciénaga grande. Todas las historias, situadas, probablemente el ámbito vital en el que los niños se desenvolvían habitualmente.
“It is Hope’s spell that glorifies “Eso es lo que anuncia la esperanza que glorifica/
like youth to my maturer eyes como la juventud a mis ojos maduros
all Nature’s million mysteries toda la naturaleza de un millón de misterios
the fearful and the fair” lo que se teme y lo justo”

Hay que situar a Emily en la oscuridad del páramo inglés; en las noches en las que el viento azotaba los árboles y ululaba a través de los ventanales y hacía crujir la madera en el silencio de la noche, mientras ella, sentada frente a una mesa austera, se servía de una luz tenue para alumbrarse mientras escribía. No hay que olvidar que se entregó al cuidado de su hermano Branwell, alcohólico y adicto al opio, y se hizo cargo de la casa paterna.
Tan sólo tres veces salió del mundo fantasmagórico en el que se encontraba encerrada: la primera, en 1835 cuando va a Roe Hend como estudiante; la segunda, cuando ejerce en Halifax de maestra; la tercera, cuando pasa diez meses en Bruselas.
En 1846 se publica Poems by Currer, Ellis and Action Bell, nombres tras los que se ocultan Charlotte, Emily y Anne Brontë. Charlotte explicaría más tarde que tuvieron que hacerlo porque los versos, sus pensamientos se hubieran tildados de poco femeninos. Es decir, eran mujeres adelantadas al momento que les había tocado vivir, pero eso no impidió que hicieran lo que les gustaba. La edición fue pagada por Charlotte.
Emily compuso sus poemas contraponiendo lo que le estaba tocando vivir, su universo, con un mundo mágico como el de Gondal, en un ejercicio metódico de introspección. Edward Chitham dice que podemos encontrar dos tipos de poemas: “los que giran en torno a Gondal y el resto”.
En el libro que firmaron las tres hermanas habían 21 poemas de Emily y Anne y 19 de Charlotte. Apenas tuvieron crítica y las pocas que aparecieron consideraron los versos de Ellis (Emily) los mejores, llegando a incluirlos entre lo más destacado de la poesía inglesa. De hecho, hoy en día se considera a Emily Brontë como una de las escritoras más importantes en lengua inglesa, comparándola, incluso, con Shakespeare. Claro que, después de lo que nos contó Javier Vela en estas mismas Páginas de poesía sobre el intocable inglés, uno no sabe con certeza si quiere ser comparado con él.
Decía Truman Capote, en su introducción a Música para Camaleones: “cuando Dios le da a uno un don también le da un látigo”. Hay pocos creadores a los que se les pueda aplicar con tanta exactitud esta frase como a Emily Brontë.
Imaginen por un momento que, un día, se sienten realmente interesados por la poesía (la utopía debe ser defendida), que las mujeres poetas obtienen el lugar que, realmente, les corresponde (aunque hay que tener cuidado con ser demasiado utópicos), no duden ni por un momento, que los escasos poemas que nos han llegado de la escritora inglesa deberían ocupar un lugar destacado en sus libros por leer.


QUE ASÍ SEA PORQUE ASÍ ES

Ya saben que es extraño hablar de cantautores en una página de poesía, como lo es también hablar del trabajo de las mujeres. Asimismo ya se habrán dado cuenta de que, en esta nueva temporada, me estoy dedicando sólo al femenino (Juana Castro, Emily Brontë). Así que, en un alarde de esgrimir los versos de Aute (“haz lo que te pida el alma”) he decidido rizar el rizo y hablar de Elena Bugedo: mujer (como habrán deducido por el nombre) y cantautora. Porque jamás hay que conformarse con lo fácil y gris, sino ir más allá y postergar lo mediano o mediocre. Claro, está hay diferencias entre la composición literaria y la musical, pero la obviaremos.
“Que así sea” es el título del disco que la Bugedo publicó en 2004. El único defecto de este CD es la falta de publicidad por parte de BMG-Ariola. Por lo demás, hablamos de un trabajo de una tremenda madurez musical y de letras. Con una voz, la de Elena, que es capaz de susurrar lo más hermoso y distinto.
“Debe ser por la manera en que te ríes”, o nos hace sonreír a estos que nos situamos al otro lado de la ventana y pegamos la nariz a la pecera, como escuetos peces payasos, que sus letras tienen sabor a verdad y un escaso tesoro que se entierra en lata para precocinar: “y al que no sigue la pauta/ es que está mal de la cabeza.”
“Te daré mandarinas y frambuesas/ te mancharé la camiseta.” Y es que las canciones de la cantautora madrileña-granadina están llenas de sensaciones y sentimientos, de versos dulces y de colores que te envuelven, ayudados, por supuesto por una voz que linda, en cuanto a color, con la de Ana Belén. Poemas-canciones que se vuelven tonalidades de manera irremediable.
“En el mes de los desencuentros me empapan palabras amargas”. Y es que es bien sencillo que la verdad nos vaya empapando, cuando nos lo cuentan de verdad.
El miedo de cualquier escritor, sobre todo de los poetas, es no separar convenientemente, lo vital de lo literario. Se habla y diferencia un buen poeta de un gran poeta, porque éste último tiene el don de hacer universal lo personal. Si uno siente miedo y consigue hacérselo saber al lector, sin patetismos, por favor, será un buen poeta; pero, si, cuando uno cuenta ese miedo, consigue que el lector vea reflejado el suyo, el poeta habrá trascendido.
Eso es lo que pasa con las letras de Elena Bugedo, trascienden: “Casi siempre me desarmas/ casi nunca me comprendes./ Sólo a veces me idolatras/ sólo a veces me defiendes”. Es el reproche de quien se sabe enamorada y, por ello, presa de una cárcel invisible. ¿No les recuerda esto a Cárcel de Amor?
Pero, demos gusto a los puros de poesía. Elena cojuga sus deseos al ritmo de unos versos perfectamente construidos, ya sea en octosílabos (“Préstame un poco de tu vida”) o en alejandrinos (“la madrugada llega y la encuentra tiritando”). Con rima en consonante: “Sale siempre a su encuentro/ al rellano de la escalera/ siempre ha sido la primera”; o asonante: “La habitación vacía y el deseo/ se ha escapado raudo entre mis dedos.”
Un ejemplo de composición en octosílabos es la que cierra el disco y, en mi modesta opinión, una creación hermosamente hilvanada con la melancolía a ras de Noviembre. En esta canción la acompaña Aute y, debo anunciarles, que si la voz de ella es un regalo la de él un privilegio; juntas son un puro milagro: “Yo no voy, yo no voy/ a dejar que se haga un roto en mí/ ni aterrizar, no voy a aterrizar./ Antes muerta que rendirme/ o consentir volverme gris.” Una canción que se convierte en una declaración de intenciones y un credo personal.
Si por algo hay que escuchar a Elena Bugedo es, sin duda alguna, por Elena Bugedo, pero también por Leonor de Aquitania. Les explico. La reina que lo fue de los franceses y los ingleses, ahí es nada, fue la primera mujer mecenas y bohemia. Adoraba la poesía, herencia de su padre, pero adoraba a los músicos y siempre estaba rodeada de trovadores y artistas para desesperación de su marido, rey de Francia.
Pues, la Bugedo, tiene la fuerza de la de Aquitania, una mirada sincera que es capaz de mantenerle el pulso a muchos poetas y una voz que no te cansas de bucear.
“No tengo miedo, y lo que tenga que ser/... que así sea.
Amén.”

Y perdonen por hablar de música cuando eran poemas el tema a discutir.

3 comentarios:

NáN dijo...

Qué insensata la vida que si no es por Lara(madrid) no llego a enterarme de que este diario está al alcance, para que le demos caza.

Me gusta lo que cuentas en ese diario y cómo lo cuentas. Me interesa, además de gustarme, porque cuentas lo que no sabía (la mayor parte de lo que cuentas) o más allá de lo que sabía (algunas cosillas).

Y Cádiz es para mí una palabra talismán, más que una ciudad a la que se pueda ir (aunque fui, una vez). Como un Gondal. Porque todo va encajando en este puzzle de la vida porque hacemos trampas y nos encanta hacerlas.

Insensata que haces entradas largas y diversas hasta atraparnos, te hago un hueco a visitar sin falta en esta nueva vida mía virtual. Lo que bien pensado, a ti ni te va ni te viene, salvo por el hecho de saber que habrá otros ojos vigilando, esperando, para oírte; que te son proclives desde hoy, siempre que les eches de ver y de oír a tiempo, para que no se sientan desatendidos.

Qué insensatas responsabilidades que te creas.

Anónimo dijo...

Te debo respuesta en firme,querido Nan. Será en cuanto tenga un ratito y no pasará del miércoles.
Gracias por sumerjirte en Gondal

Anónimo dijo...

Despreocúpate, Carmen, de darme respuesta. De vez en cuando añade algo a este diario y estás cumplida (como el moreno de ojos verdes que se subió a su caballo).

Tiene gracia que ayer mismo me mandaron por mail el vínculo a "Nombre entregado" de Caballero Bonald, el que empieza "Tú te llamabas Carmen y era hermoso decir una a una tus letras". Qué bello y emocionante. Y qué tremendo llegar a eso.

como ves, ya voy viniendo, a ver qué hay. Tampoco te sientas presionada, que soy paciente a la espera de lo bueno.