ALTEREGO EN MADRIZ

El lunes pasado, mientras paseaba (léase esquivaba basura) por las calles entre Tirso y Lavapiés, me encontré a Alterego. Le saludé como él merece, es decir, le escupí desde lejos y salí corriendo. Alter siempre ha corrido más que yo, así que me alcanzó enseguida.
Nos abrazamos y, bueno, ya saben cómo acaban nuestros encuentros: nos fuimos a beber agua mineral para celebrar el reencuentro.
Alter hizo el primer brindis. Levantó el vaso de agua y gritó:
-Por los reencuentros.
Yo asentí y apuré mi vaso de un trago.
-¿Qué tal te va por Madrid?
-Bien, bien.
-Tenías que dar el salto.
Asentí y rellené mi vaso una vez más. Miré hacia la calle y vi pasar un perro que paseaba a su dueña, un niño de color que se peinaba con sus pequeños dedos pegajosos y un hombre de mediana edad que se metía el dedo en la nariz.
-Madrid es bonita -dije sin apartar la mirada de la calle.
-Ya, pero echas de menos aquello, ¿no?
-La verdad es que bastante poco. El cielo aquí no es azul... El reloj es diferente en una ciudad como esta, ¿lo sabías? Es horizontal.
Alter dio un largo trago haciendo un ruido como de sopa hiriviendo. Soltó el vaso, puso una moneda en la barra, se secó la boca con el puño de su chaqueta y me miró mientras cogía los libros de Jota Mario de un taburete.
-Me alegro de verte bien.
Le sonreí y, entonces, recordé que él no llevaba nada cuando me lo encontré en la calle.
-Oye, tú no traías libros, ¿no?
Entonces salió corriendo perseguido por un señor con corbata que le gritaba ¡cabrón! mientras él, a su vez, me gritaba:
-¡Te llamo en estos días!