domingo, 19 de noviembre de 2006

SOMBRA MÍA

PROKÓFIEV EN UNA ÓPERA ROCK

No sé qué camino me ha traído.
Escucho las notas disonantes de un tenor
y el opio inexistente del tedio me cierra los sentidos.
Pasé años queriendo componer con tinta extraña
dulces músicas para ser cantadas de un modo femenino y absoluto
y volver luego
con las manos vacías al tenue deseo que me agita.
No reconozco ya mis manos o tus besos,
perdí la conciencia en un segundo crepuscular de Verona y
desde entonces
vivo en la oscuridad más inmediata más nítida.
He aborrecido a los dioses
porque han negado, necios, el poder de la música;
he amado y sobrevivido al amor.
Nadie como yo, que he muerto cien veces,
ha podido mirar cara a cara a Medusa y
reír con las parcas en un ménage a trois
de suerte y de vida. Nadie
pudo nunca imaginar tanto estruendo,
tanto silencio metálico,
tanto acorde para ser muertos
y, a pesar de todo,
el universo entero conoce mi historia y se adueña de ella,
dejándome exhausto, grande y misterioso,
pero sin un instante de lluvia mineral
para ser y siendo evaporarme.

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