lunes, 26 de marzo de 2007

POÉTICA


Tan grande era el desconcierto que todos en mi venta se reunían para escucharla con su extraño hablar. Tal decía, si mi memoria no me engaña: "Hubo un momento en el que los cuentos se repetían, y tanto mi abuela como yo no s mirábamos sabiendo que la historia sería idéntica todas las veces. Un día me pidió que siguiera yo con el cuento que ella había comenzado. No sé cómo fue el final, mi final improvisado, pero es casi seguro, que la flauta que nació del dedo meñique semienterrado, del hermano menor de los tres príncipes, contó en palacio lo que aquellos le habían hecho. Igual que el original, pero con mis palabras, con mi acento.

>> Y nació una deuda que aún intento pagarle, queriendo contar su historia, la que no conozco, la que se me va revelando poco a poco a golpe de tiempo."

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Después del exilio, después del tiempo, del dolor... después todo siempre nos queda esa deuda... una de las pocas que se pagan con una sonrisa...

Besos,

Ana...

NáN dijo...

En tus escritos y poemas, incluso cuando hablas de lo que te es más terrible, hay siempre un gozo abierto o uno soterrado que los recorre y va enseñando aquí y allá trocitos de sonrisa.

Probablemente no es ajeno a ello que fuera alguien tan vivo y tan atento a ti quien te empujara al mundo en el que las palabras lo cambian todo (para nuestra salvación o nuestra perdición).

De la enormidad de amor que se me despertó hacia ti con el poema Ulises, desgaja una parte descuidadamente (el amor es así, que no se duele de estas cosas) y se la pasas a ella, que te puso en movimiento.

Anónimo dijo...

La abuela es esa parte de ti que no eres tu sin la cual no serias tu porque te ha forjado con sonrisas, historias y mimos.

Gracias a las abuelas que cuentan cuentos, las palabras son sentimientos.

Gracias a la abuela por la cual tuvimos una mejor Carmen ^_^

Anónimo dijo...

¿Por qué será que así es?
A veces, los que no hemos tenido la suerte de recibir esos cariños de nuestros mayores caemos embobados, envidiosos y deseosos de escuchar esos cuentos.

Afortunadamente, existen personas como tú que nos muestran los mundos maravillosos, con sus letras y su palabra, unos ya conocidos, otros por inventar.

Estamos deseando que los nos los susurres, quedamente, con tu voz y nosotros, a cambio, estaremos en deuda de sonrisas para tí.

Anónimo dijo...

Mi sobrina siempre pide cuentos. A mí, a su abuela (mi madre), a su padre, o a quien pille. Un día tengo que aplicarle el tratamiento de tu abuela. Buenos resultados, qué duda cabe, ha dado contigo...

Nos vemos, Carmen (envidiad, asiduos de este blog), esta noche, para el cenorro cumpleañero del Cantautor Excelso (es que debe pasar del metro y noventa centímetros).

Besos y abrazos repartidos sexistamente (qué le vamos hacer, me han dibujado así).

Anónimo dijo...

Por cierto, casi simultáneo Anónimo: Si quiere escuchar esos cuentos que no nos contaron nuestros mayores en su día, pásese por el Pay-Pay un día que narre Paloma (la Reina del Pay-Pay). Tendrá Usted una sensación lo más parecida posible a que una persona que le quiere le dé un baño en una bañera llenita de espuma, con cariñosa esponja en mano. ¿Que eso no le ocurre desde chico? Toma, ni a mí, pero por eso mismo. Pruebe a escucharla y verá.

Anónimo dijo...

Quizás algún día en ambos sentidos (metafórico y físico).
Después de un duro día (como el de hoy v.g.) algo como eso; cuentos al oído y templada agua, espuma de colores de sales perfumadas; que nos transporte hasta los mundos de nuestros antepasados orientales. ¡Uhmmm!

Anónimo dijo...

Por cierto que el reloj del blogger va retrasado una hora.

Anónimo dijo...

Ojalá la hubiéseis conocido... Estaba tan llena de vida, era tan grande, era tan bonita...
Me gustaba cuando reía porque te contagiaba y, si estabas triste, su risa te zarandeaba y te hacía volver. Pasé 6 meses postrada en una cama con hepatitis cuando tenía 8 años. Ella llegaba todas las mañanas, durante 6 meses, todas, no faltó ni una, se sentaba en el sofá rojo de entonces y me cogía la mano. Me preguntaba:
-¿Qué quieres que hagamos hoy?
Y yo, que me recuerdo con lágrimas en los ojos por las mañanas (la hepatitis da mucha tristeza) le apretaba los dedos que era lo único que mi manita abarcaba y ella me acariciaba la frente y cantaba:
-En la baranda del cielo/ en la baranda del cielo/ hay una dama sentada...
Y me traía revistas infantiles como el don Mickey y me las leía (mi abuela no sabía leer, era analfabeta). Mi abuela aprendió a escribir porque encerraron a mi primo y ella quería escribirle a su nieto. En el sobre, siempre dejaba "una poesía", como ella la llamaba, para el cartero.
Mi abuela, y después mi madre, me enseñó que a la gente no se le juzga por lo que tiene, sino que se le quiere por lo que es.
Era muy grande.

Anónimo dijo...

Hacía tiempo que no leía algo escrito con tanto sentimiento. Está lleno de vida.

¡Hay tanta ternura y tanto cariño en lo que escribes sobre tu abuela!

Me has emocionado.
Gracias por escribir cosas así.

Anónimo dijo...

Qué grande tu abuela, Carmen. Pensaba que estaba todavía aquí, apoyándote.

Un enorme beso.

Anónimo dijo...

Tus pensamientos y sentimientos son poesía que se clava en nuestros corazones profundamente.

Esas semillas, son bombas de relojería que, destrozan nuestros cimientos vitales, sustituyéndolos por raices de ese árbol de la sensibilidad, tan necesaria y reconfortante.

Anónimo dijo...

desde Lazarillo, pocos Anónimos ha habido que tanto signifiquen.

Paralelo 49 dijo...

Sí cuando anónimo escribe los demás nos quedamos mudos.

Un abrazo.