sábado, 23 de junio de 2007

QUIÉN TE DICE QUE MIRES

Quién te dice que mires más allá de lo que quieres ver. En realidad, nadie te dijo que sería así, como tú querías, como pensabas que debía ser, como rezaste (tú que jamás rezaste) alguna vez para que llegara.

Lo único que une a las ciudades es el ruido de los coches. Los coches siempre suenan igual, no tienen más que universos restringidos en la materia metálica. Son universos que apabullan al oxígeno hasta hacerlo huír.

En cada lugar existen unos ojos que miran como tú miras. Es decir, tampoco somos tan extraordinarios como pensamos aquella vez. Dejamos las alas tendidas en el tejado y jugamos a saltar a un vacío que anuncia la extinción de la sangre que segura circunda nuestro cuerpo.

Es tiempo de inaugurar la inseguridad de los sentidos, apostando, una vez más, todo cuanto tenemos que no es tanto como pensamos; ni es tan exiguo como para no sentir miedo. Es tiempo de lluvia en las ventanas que anuncian la rendición de nuestras divagaciones; de las que nos golpean con un rostro, el nuestro, que sonríe, que parece feliz. Es tiempo de ti o de mí, o de rimar en tiempo imperfecto nuestros deseos, nuestra vida.

Porque, al final, todo se reduce a eso: un dolor agudo aquí (y me señalo el estómago) a no ser felices, a perder lo poco que nos hace sentirnos bien en nuestra seguridad circunspecta.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonita literatura para acomodar un sábado, en que nos da igual, el canal que veamos, en la pantalla regaliz y arropía de la vida.

Para ti:

Pena de comprensión lectora,
que a veces me pierdo en tu verbo
y, una tras otra, cada noche aprendo
más hay un largo camino, no de rosas
sino de fieles, espaciosas y
serenas miradas.

Estoy esperando el viento, que recoja
pólenes, y más allá del horizonte,
de los cristales de lejos,
se metan en la mente cerrada,
por los pocos resquicios que quedan,
y germinen,
en este pedregal del pensamiento.


¡Espero que tengas un feliz verano!

Anónimo dijo...

posiblemente, yo me lo digo (lo de mirar más alá de lo que quiero ver). Pero suelo mirar atrás, a lo que había y creí que no había mirado.

Ya sé, ya sé que ahora estás poniendo escritos que parecen ser para alguien. Solo entro para decirte que paso por aquí y dejo la carte de visite.

Hubo un tiempo en el que se hacía eso: salir a dar un paseo en el que se entraba en la recepción de las casas y se dejaba una tarjeta, para seguir paseando hasta la siguiente. Sin ver siquiera a la persona a quien iba destinada la tarjeta.

Antepasados nuestros debieron hacerlo. ¿De verad os parece que está mal? Desde la perspectiva de hoy, solamente si era una obligación odiosa.

Yo prefiero verlo de otro modo: dejas constancia de que has pensado en otro lo suficiente como para acercarte a él y decir que te habías acordado de su existencia. Que habían pensado en él. Que has dejado que siguiera con su vida y que os volveréis a encontrar.

Me parece, usando una palabra del XIX, "encantador". Cuando menos.

Anónimo dijo...

En un domingo como hoy, en el que sólo tengo una frase de García Márquez y sus ganas de llorar ( "cuando salí de aquella habitación lo único que me quedaba en la vida eran las ganas de llorar" ) leer esto es propiciar las ganas.

A lo mejor algún día tenga que darte la razón. Ya se sabe, empiezo a dartela en casi todo.
Lo que ocurre es que sigo rezando. Quizás nunca haya dejado de hacerlo.

Nadie me dijo que no mirase más allá, el problema es que un día asomé la cabeza y ahora me resulta imposible volver a mirar el mar sin pensar en el cielo.

Yo nunca tuve que apostar lo que tuve porque nunca tuve nada por lo que apostar.
A lo mejor fue mi culpa apostar por el aire. Y perderlo todo allí, donde no corre ni una brisa de aire, y donde solo tengo un calor sofocante que apacigua mis latidos y derrite el cristal de mis ojos.

Sé que al final todo se reduce a eso.


Pero hoy me encantaría no tener este dolor en el estómago.



Es precioso. Me has hecho llorar, pequeñita.


Un beso.

carmen moreno dijo...

Gracias por estar. Os esperaba, siempre os espero, ya lo sabéis.

Anónimo, no hay dónde perderse. Espero que el verano sea mejor.

Primo, todo lo que escribo desea tu comentario.

Ana, apuestas sobre seguro, porque eres tú el premio. No se me ocurre un premio mejor.

Lara dijo...

Me gusta MUCHO esta prosa. Y esta sensación. La que dejas. La de tu estómago.

Anónimo dijo...

Las ciudades están unidas más que por ruidos por personas.
Sí, no tan distintas unas de otras vivan en el norte o en el cono sur.
Las mismas preocupaciones, unos caminos similares, para conseguir un fin para todos ansiado: el de sentirse amados.
Un camino donde tantas veces agarraremos el estómago de dolor... pero sin duda, cuántas veces lloraremos de risa!!!
Por una risa, merece la pena una espina

Peter dijo...

La de las tarjetas era una gran costumbre. El problema empezó cuando empezaron a dejarse por hipocresía social.

Ánimo en la apuesta. La vida es un juego extraño, de cartas boca abajo, donde no conoces las reglas y el croupier sonríe demasiado.

Paralelo 49 dijo...

Que siempre haya un papel en blanco donde puedas escribir.Que tu viaje sea tan hermoso como el oleaje de Gondal.

Un abrazo

Anónimo dijo...

¡Qué pesado Rodrigo, vendiendo sus camisetas!

¿Sabes?, hay una ciudad mágica, entre otras cosas porque no tiene coches. Una ciudad que, como bien dices, no está unida a las demás ciudades: Venecia.

Despues de pasar bastantes días en Venecia, cogí un vaporetto para ir al Lido (quería yo ver L'Hotel des Bains) y nada más bajar del barco empecé a sentirme mal mal mal. Lola se moría de la risa: "¡Estás oyendo los motores de los coches!".

Tres Camparis con aceitunas gordas (no gordales) oscuras hicieron que dejara de temblar.

Una ciudad en la que se oye solamente los motores de los barcos, chof-chof-chof, es otra cosa.

Moraleja: si hay una ciudad que no es como las demás ciudades, seguro que hay una persona que no es como las demás personas.

zöe riudavets dijo...

Nan, totalmente de acuerdo con su comentario. Fue un placer conocerle, a ver cuando volvemos a quedar. :)